domingo, 6 de mayo de 2012

Políticas de drogas y Derechos Humanos en Argentina y Latinoamérica: buscando autonomía y libertad.


Pablo A. Ascolani

Secretario de AREC





La criminalización del consumo de drogas ha resultado inefectiva en relación con los objetivos que persigue, la disminución de la oferta y la demanda. El endurecimiento de las políticas públicas sobre sustancias ilícitas ha agravado todos los problemas relacionados con el abuso de drogas, aumentando el deterioro social producto de la  corrupción del Estado, las redes criminales en constante crecimiento, récord de encarcelamientos, discriminación, marginación y exclusión. Los países que han adoptado políticas decriminalizadoras han tenido mejores resultados en relación a la disminución del abuso de sustancias, como Portugal, Holanda o Uruguay. Si bien hubo polémica en un inicio sobre la conveniencia de la despenalización y reducción de daños en esos países, ya no existe  ninguna polémica sobre recriminalizar el consumo de estupefacientes. Según un estudio de la OMS, no hay una correlación simple entre el consumo de cannabis y las distintas políticas sobre drogas; "el consumo de drogas no está distribuido de manera uniforme y no está relacionado de manera directa con las distintas políticas sobre drogas, ya que los países con leyes estrictas respecto a las de drogas ilegales no tienen niveles más bajos de consumo que aquellos más liberales”.[1]

En su informe publicado en el año 2010 la Oficina de las Naciones Unidas contra la Droga y el Delito (ONUDD) recomendó no penalizar a los usuarios de drogas y aconsejó “políticas centradas en la salud”.[2]



En Argentina, la desinformación sobre el tema de las sustancias ilícitas producto de un devenir legislativo signado por Lopez Rega, la dictadura cívico militar y el neoliberalismo menemista produjo una desproporción, un enorme fantasma de subjetividades entretejidas por el miedo. La educación y la información son fundamentales para llevar  proporcionalidad a la visión social del consumo de sustancias ilegales. Recuperar la noción de “Phármakon”, común a Hipócrates, Teofrasto y Galeno, de que las drogas no son buenas o malas, sino “espíritus neutros”, que componen de diversa manera de acuerdo al individuo y la ocasión.



La relación simbólica de carácter negativo que existe entre el hombre y las sustancias ilícitas que prevalece en nuestra sociedad, fue catalizada por estados Unidos a principios del siglo pasado, pero hunde sus raíces en los albores de la cultura, en el fin del matriarcado y triunfo del patriarcado. Este cambio de status quo primigenio rompió la relación del hombre con la naturaleza, las plantas y las modificaciones en la conciencia que se generan en su interacción. Esta relación que se despliega en la cultura está fundada en prejuicios y estereotipos, es funcional al poder establecido y reproduce situaciones de vulneración de los derechos humanos.



La división actual entre fármacos legales y sustancias ilegales obedece a determinados intereses hegemónicos (imperiales/corporativos), forjados en la dialéctica de la historia y la geopolítica, no tienen que ver directamente con las cualidades farmacológicas de las sustancias. Es una división que deriva de los actores institucionales y no de la naturaleza en sí de las drogas como objeto.



Sobre esta clasificación irracional se emplazó el concepto de la criminalización del usuario. En pos de la salud pública se somete a la fuerza de policía al usuario de sustancias ilícitas con el argumento paternalista de proteger su salud y la de la sociedad en abstracto. Claramente, si al usuario de una sustancia ilícita muy tóxica como el paco o la metanfetamina lo detengo y lo imputo con una causa penal por su consumo, agravo el daño que en sí le produce el tóxico. Al quebranto orgánico de la droga le agrego el quebranto social de su estigmatización que en el peor de los casos puede terminar en encarcelamiento, impidiéndole además el acceso a la salud, vulnerando sus derechos humanos.

La actual división entre drogas legales e ilegales en la “lista de sustancias controladas” impuesta por estados unidos al resto del mundo, sabemos hoy que en gran medida puede considerarse arbitraria desde una perspectiva científica - sociológica. Las drogas colocadas en la Lista I tienen a) alto potencial de abuso b) no tienen uso médico aceptado en USA c) hay ausencia de seguridad en el uso bajo supervisión médica. El cannabis y otras drogas que no comparten estas características están situadas en esta lista. (con contadas variaciones en algunos países)



La prohibición del consumo de sustancias ilícitas aumenta el daño de los tóxicos en sí, de manera que es ineficaz para disminuir el consumo y no tiene que ver directamente con la toxicidad real o ficticia de las drogas. Es conveniente quedarse con el concepto de que cuanto más tóxica es una dorga de consumo humano peor es el resultado de su prohibición, teniendo al alcohol y la ley seca como ejemplo histórico. Pero es interesante analizar la arbitrariedad de esta división, que se revisa en diversos estudios. En uno llamado “Desarrollo de una escala racional para evaluar el daño de drogas de abuso” el Cannabis se encuentra numero 11 en la lista, bastante detrás del alcohol, situado en el puesto 5, o el tabaco en el 7. Esta escala divide el daño potencial en físico, a corto y a largo plazo, el potencial de dependencia, psíquico o físico o el daño social y los costos en salud.[3] Incluso evaluando que la ilegalidad de la sustancias aumenta el daño social devenido de su consumo y por ende el escore total de la  lista (por la estigmatización y las consecuencias legales, no por motivos estrictamente farmacológicos),  es claro hoy que el consumo de Cannabis y otras sustancias incluídas en la lista 1 como los enteógenos[4], es más seguro que el de otras drogas en relación a los riesgos para la salud que representan.



El cannabis y los psicodélicos tradicionales o enteógenos tienen escasa toxicidad, tanto sobre el sistema nervioso –no son neurotóxicas- como sobre el resto del organismo y márgenes de seguridad tan altos que no se registran muertes por toxicidad aguda de ninguna de estas sustancias. No producen dependencia física, ni en general dependencia psíquica (no producen síndrome de supresión, ni conductas de autoadministración). ¿Porque el imperio y las corporaciones persiguen estas sustancias con la venia de la instituciones y países involucrados en el sostén del status quo político-económico global?

Una respuesta posible es que el uso de estas sustancias promueve valores morales y actitudes que no son bienvenidas en la sociedad de mercado capitalista. Se temen y sospechan determinados estados mentales que conducen a instancias de cuestionamiento.



Por ello, el estado de las cosas en relación a las drogas hoy ilegales, no es a causa sólo del motivo económico del narcotráfico, o de dominio político-militar que habilita la guerra contra las drogas. Hay una disputa por una autonomía de conciencia reñida con los moldes estrechos del sistema.



De esta división falaz se desprende que alguien condene con el estigma de la insalubridad a un usuario de cannabis (de la que no hay ninguna muerte directa en la historia de la medicina, y sus efectos adversos son incomparablemente menores que drogas de uso común), siendo el acusador, por ejemplo, usuario de tabaco (que produce mas de 42.000 muertes anuales en Argentina) o alcohol (8000 muertes).[5]

Recientemente dos estudios dieron resultados sorprendentes: por un lado fumar marihuana tiene un efecto protectivo sobre el cáncer escamoso de cabeza y cuello, es decir disminuye la incidencia de este tipo de cáncer.[6] En otro estudio poblacional se observó que, ajustando posibles factores de confusión como los socioeconómicos, laborales y comorbilidades, los usuarios de Cannabis tienen una prevalencia menor (ajustada a la edad) de diabetes mellitus.[7] Por otro lado la regulación del acceso al cannabis está relacionado con una disminución del consumo de alcohol y esto finalmente con una disminución de la cantidad de colisiones vehiculares. "Nuestra investigación sugiere que la legalización de la marihuana terapéutica reduce las muertes al volante a través de la reducción del consumo de alcohol” El estudio citado examinó el consumo de cannabis en tres estados donde se legalizó el cannabis medicinal a mediados de la década de 2000, Montana, Rhode Island y Vermont. No hubo evidencia de un aumento entre menores de consumo de cannabis.[8] Son este tipo de sorpresas que produce la ciencia, sumada a los resultados estadísticos positivos de las políticas de drogas descriminalizadoras, que cuestionan fuertemente supuestos establecidos, entre ellos la división entre drogas legales e ilegales, sustentadas únicamente posicionamientos políticos sostenidos por la inercia de una moral contradictoria y perimida.

Si efectivamente, al regular el acceso, hay reemplazo de alcohol o tabaco por Cannabis, es muy posible que descienda la morbi-mortalidad en Argentina, sea por efecto de los cannabinoides y/o por disminución del consumo de sustancias muy tóxicas como alcohol o tabaco, y los daños directos o indirectos que estas producen.



Al poner el acento en la personificación y demonización de la droga y el “combate” de la “guerra contra las drogas”, se desvía la atención de una posible solución más compleja, basada en la prevención, la inclusión social mediante la educación, el trabajo, el libre acceso a la información, la justicia social, salud, disminución de la brecha entre ricos y pobres, y otras variables. El origen de la adicción es multicausal y una de las formas de intervenir sería mediante la corrección de los desajustes socioeconómicos de la sociedad contemporánea.

Pero aún en las condiciones ideales de vida, el ser humano recurre a determinadas sustancias (algunas de ellas prohibidas), por motivos diversos, desde narcisismo y disfrute estético, búsqueda de paz o de energía, o reconexión con lo espiritual o lo ancestral, como lo ha hecho a lo largo de su historia. Que utilice una droga ilícita no convierte al individuo en un adicto, ya que fármacos legales tienen una potencial toxicidad y dependencia  incomparablmente mayor que algunas sustancias prohibidas.



El objetivo de terminar con el narcotráfico en respeto de los derechos humanos lleva indefectiblemente a preguntarnos sobre como solucionar la problemática del acceso a las sustancias hoy ilegales. Los Estados Latinoamericanos deben idear formas de regular el acceso en forma de bloque regional utilizando organismos internacionales como la CELAC para ello. Es claro que la regulación de todas las drogas es la única manera de terminar con el narcotráfico, y es una tarea que involucra a múltiples actores de la región. En el caso del cannabis, el autocultivo personal y también colectivo, en forma de asociaciones de autocultivadores sin fines de lucro, puede contener buena parte de la demanda. En el caso de otras drogas, los Estados y las organizaciones sociales deben darse un debate profundo para imaginar maneras posibles de regulación: desde clubes cerrados de consumidores que producen determinada droga para consumo personal sin fines de lucro y con fiscalización estatal, hasta producción, distribución y venta a través de farmacias regulares o especializadas. En el caso de la producción con fines de lucro, la participación de parte del Estado puede pensarse desde una fuerte regulación hasta el control total del proceso de producción, distribución, e incluso venta a través de dispositivos especializados. Esta aproximación, que puede resultar escandalosa para algunos, sería una manera efectiva en que el estado puede abordar al consumidor problemático, contenerlo, brindarle escucha y un canal que pueda vehiculizar las carencias que intenta llenar con sustancia, además de hacerlo visible y posibilitar su integración social.

           

Argentina es un ejemplo para el mundo en relación a la jerarquización y desarrollo de Derechos Humanos, el juzgamiento de los crímenes de la última dictadura cívico-militar, la procura de verdad, memoria y justicia. Es éste el momento donde el espíritu de los tiempos nos desafía a buscar nuevas formas de regular la relación de nuestros pueblos con las sustancias psicoactivas. Y es aquí donde Argentina, en virtud del resurgimiento de la política y el acrecentamiento de la autoconciencia nacional, tiene la oportunidad histórica de idear y producir políticas de drogas que den el marco a formas de relación más racionales, eficaces  y respetuosas de los derechos humanos.



[3] Nutt et al., “Development of a Rational Scale to Assess the Harm of Drugs of Potential Misuse”, The Lancet, Vol. 369, Issue 9566, 24 de marzo de 2007
[4] "Sustancias cuya ingestión altera la mente y provoca estados de posesión extática y chamánica. En griego, entheos significa literalmente "dios (theos) adentro", y es una palabra que se utilizaba para describir el estado en que uno se encuentra cuando está inspirado y poseído por el dios, que ha entrado en su cuerpo. Se aplicaba a los trances proféticos, la pasión erótica y la creación artística, así como a aquellos ritos religiosos en que los estados místicos eran experimentados a través de la ingestión de sustancias que eran transustanciales con la deidad. En combinación con la raíz gen-, que denota la acción de "devenir", esta palabra compone el término que estamos proponiendo: enteógeno. C.A.P. Ruck, J. Bigwood, J., D. Staples, R.G. Wasson y J. Ott, Journal of Psychedelic Drugs, vol. II, núms. 1 y 2, enero-junio 1979"
[5] Mortalidad asociada al consumo de drogas en Argentina, 2004, 2005 y 2006, Observatorio Argentino de Drogas, Area de Investigaciones, SEDRONAR, Junio 2008
[6] Liang C, McClean MD, Marsit C et al. A population-based case-control study of marijuana use and head and neck squamous cell carcinoma. Cancer Prev Res. 2009;2:759-768.
[7] Rajavashisth TB, Shaheen M, Norris KC, Pan D, Sinha SK, Ortega J, Friedman TC.
Decreased prevalence of diabetes in marijuana users: cross-sectional data from
the National Health and Nutrition Examination Survey (NHANES) III. BMJ Open. 2012
Feb 24;2:e000494. Print 2012. PubMed PMID: 22368296; PubMed Central PMCID:
PMC3289985.
[8]D. Mark Anderson, Daniel I. Rees, Medical Marijuana Laws, Traffic Fatalities, and Alcohol Consumption, IZA DP No. 6112, November 2011

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